miércoles, 25 de febrero de 2009

Semana 7 y ½ (homenaje a Spike Jonze)

Sigo viajando sin moverme de sitio. Me siento como aquel personaje de La Misión, de Heiner Muller, que se monta en un ascensor en Berlín, de camino a una reunión, y tras varias subidas y bajadas acaba saliendo en el Perú. Por ahí ando yo. Voy montado en el bus de Micromuseo, “al fondo al sitio”, que maneja con velocidad variable y creciente el gran Gustavo Buntix. En Carcelona, por supuesto, sería multado y quizás detenido, pero en su querida Lima aún se permiten ciertos escesos conceptuales como los que él propone: la exhibición paritaria de lo erudito, lo popular y lo masivo en un solo flujo icónico. Lo artesanal, lo (semi)industrial, lo artístico. Lo prehispánico y lo moderno, lo colonial y lo contemporáneo, en asociaciones ilícitas, insólitas, pero no ajenas a las que ofrece nuestra vivencia permanente de simultaneidades aparentamente inconexas. http://www.micromuseo.org.pe/
Gracias a Gustavo conozco a su compatriota Claudia Llosa, la flamante ganadora del León de Oro del Festival de Cine de Berlín, con quien comparto un almuerzo cerca de mi oficina. Más tarde invito a mi hermana a ver LA TETA ASUSTADA y ambos disfrutamos con una película que emociona con buen humor y mejor estilo. Grandes momentos de cine cada vez más difíciles de encontrar. Es posible que fuera una de las últimas películas que viera el fallecido crítico de cine Álvaro del Castillo, que hasta el día de su muerte trabajó para ese gran periódico del mañana que es El Mundo Today. http://www.elmundotoday.com/2009/02/fallece-nuestro-enviado-especial-a-la-berlinale/
Mientras tanto, en las costas venezolanas, otra gran directora peruana, mi querida Marité Ugás, está filmando estos días su película GRIETAS 1: EL NIÑO QUE MIENTE. Desde aquí sólo desearle que la magia del Caribe la acompañe. No debe ser casualidad, entonces, que esta noche, en Casa Amèrica Catalunya, también viajemos por Perú. El actor catalán Jordi Boixaderas leerá en público fragmentos de la novela “Un lugar llamado Oreja de Perro”, de Iván Thays. Con el escritor peruano compartimos cervezas y cyber-cafés en la Bienal de Literatura de Mérida del año 2005. No recuerdo si ya tenía su blog operativo por aquel entonces pero hoy en día, el Moleskine Literario, http://notasmoleskine.blogspot.com/, se ha convertido en un punto de referencia para saber todo lo que se cuece alrededor de la literatura. En el moleskine uno se entera tanto de que Mario Bellatin se ha casado con su perro como de la belleza de las sucesivas novias de Salman Rushdie. Uno se da cuenta de lo bien que se lo pasan los escritores en los festivales literarios y de la íntima relación entre futbol y literatura. Tan íntima como este artículo que el escritor italiano Roberto Saviano (que hace pocos días se movía, con grandes medidas de seguridad, por las calles de Carcelona) acaba de publicar sobre Leo Messi en Ñ.

Lo encuentro en los vestuarios del Camp Nou de Barcelona, un estadio enorme, el terce­ro en el mundo. Desde la tribuna, Messi es una manchita, incontro­lable y velocísima. De cerca, es un chico frágil pero sólido, timidísi­mo, habla casi susurrando con ca­dencia argentina, de rostro dulce y terso sin un hilo de barba. Lionel Messi es el campeón de fútbol vivo más menudo. Le dicen "La Pulga". Tiene estatura y cuerpo de chico. En realidad, fue de chico –más o menos a los diez años– cuando Lionel dejó de crecer. Las piernas de los otros se alargaban, también las manos, les cambiaba la voz. A Leo no le pasaba. Algo no andaba bien y los análisis lo confirmaron: la hormona del crecimiento estaba inhibida. Messi padecía una rara forma de enanismo. Con la hormona del crecimien­to, se bloqueó todo. Y ocultar el problema era imposible. Entre los amigos, en la canchita de fútbol, todos se dan cuenta de que Lionel se quedó: "Hiciera lo que hiciera, o fuera adonde fuera, siempre era el más chico de todos". Dicen jus­tamente eso: "Lionel se quedó". Como si se hubiera detenido en algún lugar. (...) La única forma en que se puede tratar de intervenir es una terapia a base de la hormona "gh": años y años de bombardeo continuo que le permitan recupe­rar los centímetros necesarios para enfrentar a los colosos del fútbol moderno. Es un tratamiento muy caro que la familia no puede permitirse: inyecciones de quinientos euros cada una, que deben aplicarse to­dos los días. Jugar a la pelota para poder crecer, crecer para poder ju­gar: a partir de ese momento, ése es el único camino.
Lionel no pue­de ni siquiera imaginar un modo de curarse que no tenga en cuenta la pasión de su vida, el fútbol. Pero esos malditos tratamien­tos no podrá permitírselos a me­nos que un club de cierto nivel lo tome bajo sus alas y se los pague. Y la Argentina está hundiéndose en la devastadora crisis económica de la que huyen en primer lugar las inversiones, luego las personas, cuyos ahorros se volatilizan con el derrumbe de los bonos estatales. Nietos y bisnietos de inmigrantes criados en el bienestar buscan la salvación emigrando a los países de origen de sus antepasados. En esa situación, ninguna empresa argentina, aun intuyendo el talen­to del pequeño Messi, tiene ganas de cargar con los costos de seme­jante apuesta. Aunque llegara a crecer algu­nos centímetros –tal es el razo­namiento– en el fútbol moderno, ahora, sin un físico imponente, no se es nadie. A La Pulga, una defensa maciza lo aplastará, La Pulga no podrá hacer un gol de cabeza, La Pulga no soportará los esfuerzos anaeróbicos requeridos a los centro-delanteros de hoy. Pe­ro Lionel Messi, de todos modos, sigue jugando en su equipo. Sabe que debe hacerlo como si tuviera diez pies, correr más rápido que un potro, ser imbatible con la pe­lota en el suelo si quiere tener al­guna chance de ser un jugador de verdad, un profesional. Durante un partido, lo ve un observador. En la vida de los ju­gadores, los observadores son to­do. Cada partido que ganan, cada penal que consideran ejecutado a la perfección, cada muchacho que deciden seguir, cada padre con el que van a hablar, significa trazar un destino. Dibujarlo en líneas generales, abrirle una puerta: pero en el caso de Messi, lo que le ofre­cen, representa mucho más. No sólo le ofrecen la oportunidad de ser jugador de fútbol, sino la po­sibilidad de curarse, de tener por delante una vida normal. Antes de verlo, los observadores que oyen hablar de él, son de todos modos muy escépticos. "Si es muy peque­ño, no tiene esperanza, aunque sea fuerte", piensan. Pero, en cambio, hubo otras voces: "Bastaron cinco minutos para comprender que era un predestinado. En un instante fue evidente hasta qué punto era especial el muchacho"
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La continuación en:
La imagen que acompaña el texto es de otra Claudia, también peruana, Claudia Coca: Las tres gracias (d'après Rubens).

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