martes, 30 de marzo de 2010

Teatro fuera del teatro


Primer día de calma en Bogotá. Primer día sin tener que salir corriendo hacia algún lado. Primer día para sentarme a escribir. Muchos temas acumulados. Mucho por contar. Volver a sentirme director de teatro. Volver a tener ese nudo en el estómago durante hora y media. Compartir esa experiencia con los actores, con los espectadores, con Manolo. Ese sufrimiento, esa tensión, esa emoción. Pocas veces se sienten tantas cosas en tan poco tiempo. Quizás por eso ahora pienso que eso no es teatro. Quizás el teatro es lo que hago todos los días en la oficina, en la calle, en la casa. La vida es esto. Estos momentos sublimes. Estos viajes interiores. Estos rituales compartidos.

En los pocos momentos libres que tengo estos días de festival, leo a Martín Caparrós, argentino.
"Viajar es, por supuesto, la confesión de la impotencia: ir a buscar lo que te falta a otros lugares. Si realmente creyera que no necesito nada más me quedaría en mi casa. Si realmente creyera que no necesito nada más sería un necio. Si realmente creyera que no necesito nada más sería feliz. Lo intento, desde hace mucho tiempo.
Pero la vejez -¿he dicho la vejez?- consiste en saber desde el principio que un viaje siempre se termina."

domingo, 21 de marzo de 2010

Mi nombre en un e-book


Hoy he visto a un señor con traje leer un e-book. En el metro. Línea roja. Subió en la estación de Plaza Universitat. Me ha hecho pensar en varias cosas. Una: es casi imposible saber qué está leyendo alguien en un e-book. Se pierde el encanto -o quizás el desencanto- de averigüar qué lee, por ejemplo, esa chica que te ha llamado la atención. Se pierde la decepción de comprobar que es Zoe Valdés, por ejemplo, o el gozo al descubrir que se mueve entre líneas escritas por un, pongamos, Fogwill. Dos: es un artilugio personal. No se comparte un e-book. No me imagino un Bookcrossing de e-books. Ni siquiera un préstamo. Como bien explica Rafael Reig en ABCD, a los lectores no nos hace falta el e-book. Es otra estrategia para crear nuevos clientes, usuarios, consumidores. Lectores no. Los lectores no dan beneficios. Tres: dudo mucho que se organicen desayunos literarios para presentar un e-book. Si acaso virtuales, cada uno en su casa. No serían posibles encuentros como el del pasado miércoles. Genio y figura, el tal Fogwill. Malvinas con cocaína. Vietnam con heroína. Irak con ketamina. Curioso el tema de algunos creadores argentinos que admiro y su relación con la publicidad. J.D. Wallovits viene de la publicidad. Rodrigo García trabajó muchos años en ese campo antes de montar La Carnicería. Fogwill lo mismo. ¿De qué te ríes? Me soltó de repente. De ti, pensé, pero puse mi mejor cara de pendejo y soporté esos minutos finales, los de la basura, en los que Fogwill aportó alguna teoría sobre, ¿por qué no? El futuro de la humanidad. No sé si Claudia Apablaza se ha comprado un e-book. Sospecho que no tiene necesidad de leer su nombre en Google en un e-book. Lo que sí sé es que esta semana presenta su Diario de las Especies. Me lo voy a perder. Estoy en Bogotá. Mientras tanto, releo Mi nombre en el Google. Me gusta leer mi nombre en el Google.

Mi nombre en el Google
CLAUDIA APABLAZA

Enciendo el computador. Veo como aparece ante mí una foto de Diane Arbus en la pantalla: Gigante judío en casa con sus padres en el Bronx. Es mi fotógrafa preferida. Algunos la llaman sarcástica, otros demente, perversa, retorcida. Yo la llamo mujercita divina. Cada noche busco mi nombre en el google. Hace exactamente tres semanas que no aparece nada nuevo. Esto me irrita, me molesta, me produce mucha rabia. A estas alturas si no apareces en el google, no eres nadie.

Enciendo un cigarrillo, el silencio de mi departamento me agrada y me deja tranquilo. Sólo a intervalos escucho algún auto que pasa y se mezcla con la música de Philip Glass. Me paro y voy a la cocina. Me preparo un whisky con mucho hielo. El cigarrillo se consume mientras intento conectarme a internet. Afuera llueve y los cables se desconectan cuando hay tormenta. ¡País de mierda! Nunca debí haber vuelto del extranjero. Vuelva a conectarse más tarde, intente denuevo. ¡País de mierda! Agarro el teléfono, en la empresa servidora aparece una contestadora automática. Recuerdo a un amigo, un escritor que nunca contesta el teléfono, sólo la contestadora automática y además se da el lujo de escuchar a los que lo llaman y no responderle. A veces se burla, se ríe, a veces llora, otras veces se sonroja. Recuerdo también a un amigo que le gusta tener sexo por teléfono. Tuve sexo con una mexicana, me dijo hace unos días. En este país están cada día más tarados: un amigo que se sonroja y llora frente a una grabadora y otro que tiene sexo por teléfono con una mexicana.


La grabadora dice que apriete el número uno si tengo problemas con el servidor, dos si necesito información acerca de mi cuenta, tres si quiero información de los nuevos servicios, cuatro si quiero contratar internet, cinco si quiero comunicarme con una operadora. Aprieto el cinco. La voz es bastante sensual. Incita a llamar siempre y contratar todos los servicios. Recuerdo a mi amigo que tiene sexo con una mexicana y de verdad creo que no es tan tarado. Me excito y pienso que terminaré teniendo sexo con la mujer de la otra línea. Philip Glass suena y el viento golpea las ventanas. Eistein on the Beach, disco uno, se confunde con el ruido de afuera y siento como el whisky va relajando mi cuerpo. Mi garganta se relaja. Ya no odio a la contestadora. Incluso quisiera tener sexo con esa mexicana que mi amigo me contó. Debería llamarlo y pedirle su número telefónico. “Nuestras operadoras están ocupadas, espere en línea o vuelva a marcar más tarde”. Espero en línea. Nuevamente: “Nuestras operadoras están ocupadas, espere en línea o vuelva a marcar más tarde”. La voz de esa mujer, me seduce. ¿Será la mexicana? Espero en línea. Tal vez aparece su voz en tiempo real y la invito a tomar un trago a mi departamento. “Nuestras operadoras…”. Cuelgo, tengo paciencia, pero no demasiada. No puedo esperar infinitamente en línea. Debería llamar a mi amigo para pedirle el teléfono. Tomo un trago y enciendo otro cigarrillo. Abro la ventana y veo que la ciudad está dormida. Una luz se enciende a lo lejos e imagino que debe ser una mujer, noctámbula, estará casi desnuda, fumando un cigarrillo y pensando en el hombre que ama. Estará tomando un vodka tónica con dos hielos y escuchando canciones romanticonas: Camilo Sesto o Leonardo Favio.

Vuelvo a sentarme frente al computador. Son las doce de la noche y debería salir a un café internet a ver mi correo y a buscarme en el google. Además hoy me iba a escribir mi editor y me diría si me publicarían mi última novela. Algo me anticipó, que tal vez habría que sacar a un personaje demasiado misógino. ¡A la mierda!, le dije, si lo sacas, me llevo la novela a otra editorial. Debes sacarlo, Mariano Infante, debes sacar a ese misógino. ¡A la mierda, viejito, soy un escritor y no un carnicero! Mariano, debes lidiar con nuestra línea, nuestras colecciones. ¡A la mierda, soy un escritor, no soy carnicero!

Vivo solo hace un par de años. Me cuesta decirlo, pero no puedo vivir con ninguna mujer; la verdad es que no puedo vivir con nadie. Graciela, mi última pareja se fue con un vendedor de alfombras exóticas. Siempre buscó la aventura. En un principio me mintió, me dijo que era escritora y que podríamos congeniar nuestros caracteres apáticos, que no me preocupara, que me dejaría encerrarme todo un día y escuchar la música que yo quisiera: Stockhousen, Laurie Anderson o algo de jazz ligero. De a poco fue hastiándose. No escribió ni media letra durante los dos años en que vivimos juntos. Luego comenzó a salir de noche, a bares, luego algunos hombres le dejaban mensajes en la contestadora. Se notaba que decía que era soltera. “Graciela, anoche estuviste una diosa” “Graciela, hoy podemos ir al mismo lugar y jugamos a aquello” “Graciela, mañana podría venir a desayunar a mi departamento y luego te vas a tu trabajo”. ¡Maldita, nunca le trabajó un día a nadie! ¡Tuve que mantenerla durante dos años! Yo no se lo recriminaba, no le decía nada, no teníamos contrato de fidelidad y sus aventurillas, al principio, me importaban una mierda. Hasta que se fue. Bendito el día en que se fue. Dejé de escuchar esos mensajitos y preocuparme de que no le pasara nada. Dejé de estar insomne, de pasearme dentro del departamento esperando a que llegara, dejé de gastar dinero en ropa de marca y perfumes caros.

Intento conectarme. Abriendo el puerto. Error 680: No hay tono de marcado…

Voy hacia la ventana y exhalo aire. Se forma un humo que se dispersa y se fusiona con la neblina. Más allá de esa lucecita, no se ve nada. La única luz, el departamento del frente. Ella se pasea de un lado a otro. Debe esperar a un amante que se fue hace años.

Necesito volver a llamar a la empresa servidora. Levanto el auricular. Un botón rojo pestañea, sé que hay algunos mensajes atascados en la grabadora.

“Mariano, soy Jorge Olavaria, sólo hasta mañana podemos esperar la crítica de En la frontera, de McCarthy. Dijiste que la traías hoy al diario. Envíala a mi correo, a más tardar a las once de la mañana. Vamos a despachar a las once cinco minutos, te lo repito: once con cinco minutos.” ¡Imbécil, qué se cree este maldito, no le enviaré ninguna crítica! “Mariano, hola amor, soy Julieta, no me has llamado, ¿qué pasa?, ¿acaso te molestaste por lo que te dije el otro día?” Sí, me molesté, no me gusta que me manden mensajes de texto a las cuatro de la mañana y además que me das lata, pendeja ladilla. “Mariano, hijo, tu hermano necesita conversar contigo, al parecer te encontró un trabajo estable en una revista, llámalo cuanto antes…” “Aló, Mariano, soy Andrés Cuello, el sábado estaré de cumpleaños, lo celebraré en el bar Tópico urbano, espero puedas venir, tal vez puedes traer a tu nueva amiga, esa sueca que me comentaste” ¡Ya les dije que no me interesa andar en bares de nombres estúpidos! ¡Malditos! ¡Menos presentarle a mis amiguitas, ni trabajar en revistas de ciudadanos civilizados! ¡No quiero escuchar más esta maldita contestadora!

Vuelvo a la ventana y miro el cielo. No hay estrellas, sólo unas nubes negras que amenazan con tenerme desconectado todo el fin de semana. Marco nuevamente el número de estos malditos servidores de internet. “Si tiene problemas con el servidor, marque uno; dos, si necesita información acerca de su cuenta; tres, si quiere información de los nuevos servicios; cuatro, si quiere contratar internet; cinco, si quiere comunicarse con una operadora.” Cuelgo. ¡Malditos, yo sólo quiero ver mi nombre en el google!

Hace seis meses que dejé mi novela en la editorial. La aprobaron. Te publicaremos, me dijo mi editor, saldrás en un mes más. Hoy se cumplen exactos los treinta días y nadie ha dicho nada en los medios, salvo una nota de un periodista, cuarenta y dos caracteres: Mariano Infante firmó contrato con una editorial.

Tomo un trago, y mi garganta lo agradece. Soy libre, escucho mi música, publicaré donde quiero y no sacaré los párrafos como los que se dedican a hacer recortes. No soy un carnicero. Tampoco me interesa quién me hablará del otro lado, menos la mexicana que tiene sexo con mi amigo, ni la tipa del frente que se pasea de un lado a otro, ni menos aun Graciela. Sólo me interesa entrar al google y descubrir que alguien ha dicho algo importante acerca de mí. Que publicaré en pocos meses más, que los periodistas se pelearán la primicia, que luego me daré el gusto de no dar ninguna entrevista. Que me criticarán en todos los medios, incluso en periódicos extranjeros.

Llueve. La mujer romanticona ha apagado la luz. Estará llorando o masturbándose, quién sabe. Las romanticonas se masturban mientras fantasean con tipos gordos y desaseados. Tuve una amante que me lo confesó en un acto de locura, en una de esas crisis maniacas de las más severas. La mujeres siempre nos masturbamos cuando estamos solas, más aun si llueve y apagamos la luz.

Me sirvo lo último que queda de la botella. En el congelador quedan sólo dos hielos. Disfruto. Enciendo un cigarrillo y la pantalla del computador está hibernando. Aprieto el botón azul y vuelve a aparecer el Gigante judío en casa con sus padres en el Bronx. ¿Seré como él?, pienso. No, Olavarría es como él. Intento nuevamente y esta vez se conecta. ¡Se ha conectado! ¡Ahora sí! Tal vez debería enviar la crítica de McCarthy de inmediato, la tengo lista, corregida, pero no, no lo haré. Olavarría cree que estamos en la época de los esclavos. Le falta la fusta y el caballo para aparecer como el clásico patrón de fundo. La enviaré a otro diario, el viejo Maldonado me la publica sin siquiera leerla. Necesito entrar al google. Me tomo un trago: whisky de primera.

Estoy conectado, primero mi correo. La contraseña y ya está. Tengo diez sin leer, cinco son de Olavarría. Asunto: Urgente, crítica. Los elimino. Otro de Graciela. Asunto: en blanco. También lo elimino. Dos de mi editor. Asuntos: Dejaremos al personaje, no te preocupes, el libro sale a imprenta dentro de la semana. Mi hermano: “¿Quieres trabajar en la revista Tácito?”. Por último, la sueca: “Quiero verte”. Los elimino uno a uno. ¿Está seguro de que quiere eliminar los correos marcados? Aceptar.

Ahora iré al google. Directo a mi nombre. Ya habrán salido los primeros rumores de mi publicación. ¡Ahora sí! Seguro estaré en el google. Enciendo un cigarrillo. En la cajetilla sólo me quedan dos. Olvidé comprar de repuesto. Tendré que salir. Afuera llueve y la ventana suena. Cada noche pongo mi nombre en el google y espero que alguien diga algo, que se anuncie mi novela, que se mencione que publicaré dentro de los próximos meses, pero nada. El encargado de prensa de la editorial se dedica a tomar café con las periodistas. Lo he visto llevarle libros a algunas chicas en los cafecitos de Providencia. Seguro el muy desgraciado dice que va a reunión.

M-a-r-i-a-n-o - I-n-f-a-n-t-e. Tecleo. El cigarrillo se consume. Aprieto enter… ¡A la mierda, se demora! Enter. Enter. Enter. Enter, enter, enter. ¡A la mierda!

Acción cancelada. Internet no pudo vincular a la página web solicitada. Puede que la página no esté disponible temporalmente. Pruebe lo siguiente: Haga clic en …

¡Se desconectó! ¡A la mierda!

Agarro el teléfono. “Si tiene problemas con el servidor, marque uno; dos, si necesita información acerca de su cuenta, tres si quiere información de los nuevos servicios, cuatro si quiere contratar internet, cinco si quiere comunicarse con una operadora.”

Cinco.

“Nuestras operadoras están ocupadas…”

¡A la mierda!

Un trago, otro. Mi cabeza da vueltas. Philip Glass, Einstein on the beach, disco dos.

Al seco, el último trago, mastico los hielos, se derriten en mi lengua, mis dientes hacen cric, cric, crac. Mi cabeza da vueltas y cric, cric, crac.

Mi nombre. Enter. ¡A la mierda! Mi nombre. Enter. ¡A la mierda! Última vez, cierro los ojos, pido que esta vez sea, escribo mi nombre. Enter. ¡Eso es! ¡Esta vez sí! ¡Hay cuatro nuevos links! ¡Eso! ¡Seguro a este imbécil lo pillaron y le prohibieron salir a sus reuniones! ¡Lo habrán amenazado con despedirlo! ¡Hay cuatro nuevos links!

“Por fin aparece el gran Mariano Infante, triunfa en las tablas del teatro de La esquina, la joven promesa chilena…”

“Una velada espectacular, Mariano Infante, joven actor….”

“… gracias a su maestro, está donde está, declara Mariano Infante en entrevista exclusiva después de su primera actuación en…”

” …Mariano Infante, joven actor, hoy debuta en Chile y …”

¡¿Qué pasa?! Me están agarrrando el pelo, seguro me están agarrando el pelo.

¡¿Quién mierda es este pendejo?! ¡¿Quién mierda se atreve a llamarse Mariano Infante?!

Suena el teléfono. Miro la pantalla, es mi editor. No voy a contestarle. “Mariano, ¿estás ahí?, ¿cómo estás? Sucedió algo inesperado. Sucedió algo no muy bueno para tu carrera literaria. Hoy apareció en todos los medios un tipo que se llama igual que tú, es un actor, un tipo de unos treinta años… un aparecido… bueno, pero estaba pensando si en tu novela agregamos además de Infante, tu segundo apellido… llámame, que la novela va a imprenta el viernes y tenemos que resolverlo pronto… No es tan terrible tener que agregar tu segundo apellido, ¿o no?”. ¡A la mierda! ¡Cagué! Escucho como los autos pasan por la calle, un bocinazo, otro, otro, miles de bocinas. Unos tipos se ríen. ¡Estarán celebrando el triunfo de Mariano Infante a secas, el actor, sin segundo apellido! Miro por la ventana y mi vecina, la llorona, tiene encendido su televisor. La muy tonta lo habrá encendido para ver las noticias de medianoche y enterarse de lo último de Infante. No tengo televisor. Enciendo la radio. Siento que mi boca se seca. Siento la rabia, la decadencia de mi carrera literaria. Ese maldito debe morir. ¡No!, pasará a ser un mito, lo adorarán y venderán chapitas para las colegialas. ¡No!, pero sí, debe morir. Busco la Cooperativa. Seguro ahí dirán algo. No me equivoco: “Hoy triunfa en las tablas Mariano Infante, joven promesa, actor, estudió en Francia y hoy vuelve a Chile y debuta con su obra Momias, del cual es director y actor.” ¡Imbécil! “…en entrevista exclusiva con cooperativa dijo acerca de su carrera: bueno, lo primero es que no quiero que me confundan con el escritor…” ¡Maldito! “…ya me lo han preguntado varias veces, yo soy Mariano Infante a secas, creo que él firma sus libros con su segundo apellido” ¡Mentira! ¡Maldito! “… bueno, desde que llegué a Chile he sido muy bien recibido. El movimiento cultural y la diversidad en Chile es maravillosa…” ¡Hueco de mierda! “… me he encontrado con muchas sorpresas, carreras de gestión cultural, diplomados…” ¡Este es un imbécil! ¡Me están tomando el pelo! ¡No podré publicar, me asociarán con este imbécil!

Vuelvo al google, lo necesito. Entraré a cada una de esas páginas. Ahí debe salir algún contacto de este pendejo. Voy a salir a buscarlo. Debe andar celebrando en los bares de Lastarria o en los bares ultra urbanos y electrónicos. Voy a abrir cada uno de los links que encuentre. Buscaré una foto. Aquí está el desgraciado, es atractivo, delgado, viste de negro, peinado punk, debe andar con la misma ropa que sale en la foto, quizás ya tuvo sexo con mi vecina y la mexicana juntas. Voy a salir a buscarlo, ¡Maldito! ¡Él deberá usar su segundo apellido, él viene llegando, yo no, yo soy Mariano Infante y tengo mi prestigio en este país!

Marco el número de Patricia, actriz, ella debe saber de este tipo. Aló, Patricia. Estoy ocupada, Mariano. Patricia, es urgente, debo preguntarte algo. ¿Qué sucede?, dime rápido que estoy ocupadísima. ¿Conoces a un actor que se llama Mariano Infante y que llegó hace unos días a Santiago? ¿Para eso me llamas, imbécil? No conozco a ningún otro imbécil llamado Mariano Infante. Tuuuuuuut.

Llamaré a Olavarría o al viejo Maldonado, editores de cultura. Ya habrán hecho el contacto con él, y mañana sacarán la exclusiva en sus diarios. Ellos sabrán, seguro. El whisky se acabó, necesito un trago. Creo que queda algo de ron del fin de semana pasado. Lleno el vaso. Un sorbo, sin hielo. Está dulce, tibio. Un sorbo largo, larguísimo. Me sé el número de memoria. Aló, Olavarría. Mariano, por fin apareces, tenemos ese compromiso con la editorial, debes enviar la crítica ahora, ¿recuerdas el canje que hicimos con la editorial? Te llamo por otra cosa, te enviaré la crítica… ¡La quiero ahora en mi correo o te olvidas que seguirás colaborando! Dame el número de teléfono de Mariano Infante ¡¿Te volviste loco huevón? ¿De qué hablas?! ¡¿Crees que me tomarás el pelo para no enviar la crítica?! Tuuuuuuu

Aló, viejito, viejito Maldonado, tu me vas a ayudar, necesito el número de Mariano Infante, necesito el número de ese maldito. Mariano, tranquilo, estaba esperando que me llamaras. Anota… Hotel Victoria, habitación 32, teléfono tanto y tanto. Gracias, viejo. ¿Te interesa una crítica de McCarthy? … Te la envío, gracias viejo.

Bienvenido al Hotel Victoria, si conoce el anexo, márquelo. Otra caliente más en las grabadoras, seguro será la mexicana multiplicada por mil. Tuuuuuuuuuu. Me sirvo otro ron.

No sé aun lo que le diré a este pendejo. Es difícil enfrentarse a los cuarenta y cinco años con una situación así. Otro trago. Camino de un lado a otro. Gracias. Digo gracias mirando el cielo. Veo de lejos la luz de la ventana de mi vecina romanticona que parpadea, y siento deseos de ir a buscarla y darla vuelta en mi cama. Ella será mi madre y me consolará esta noche.

Bienvenido al Hotel Victoria, si conoce el anexo, márquelo. Anexo 32.

Aló, aló… ¿quién es?… Aló, aló… Tuuuuuuuu

Imprimo la foto de Infante. El último trago de ron, está tibio, el último, el penúltimo, el último y ya está: todo al seco. Salgo. La mujer romanticona debe ser insomne, la muy caliente seguirá masturbándose. La luz aun está encendida. Tomo mi paraguas, las llaves de mi auto, mi abrigo. El abrigo está húmedo. Dejaré encendida la luz del comedor para que la romanticona crea que no está tan sola en este mundo. Todos los demás departamentos están apagados. El computador está hibernando.

En el auto, a todo volumen Nickita Serrano. Acelero, una luz en rojo, paso, otra y me detengo. Miro hacia ambos lados y paso. Otra roja y una amarilla. Un peatón se me cruza, casi lo atropello, pero lo esquivo al límite. Llevo mi celular. Me aseguro de que este imbécil esté ahí. Bienvenido al Hotel Victoria, si conoce el anexo, márquelo. Aló, aló… diga quién es… Aló. Tuuuuuuuuu. ¡Es este imbécil!

Tomo Bilbao y bajo a toda velocidad. Veo, de lejos, que los pacos están en la esquina controlando. Bajo la velocidad. Subo la música. Ellos me miran. Me observan, me miran, me miran y no me detienen, me miran y no me detienen. “Casi”, imagino estúpidamente. Bajo la música y subo la velocidad. Voy a noventa, a cien, ciento veinte kilómetros por Bilbao a buscar a este maldito pendejo de mierda que me ha robado el nombre. Una luz roja, la paso, otra y vuelvo a pasarla. Hotel Victoria, calle Monjitas. Me estaciono a dos cuadras. Me bajo del auto y tomo mi paraguas, estoy tranquilo, ahora debo dejar que las cosas sucedan.

Bienvenido al Hotel Victoria, si conoce el anexo, márquelo. Anexo 32

Aló… ¡¿Vas a contestar o pido que la operadora me reconozca el número, y luego llamamos a los pacos?!

Tuuuuuuut

Suena mi teléfono. Este pendejo habrá reconocido mi número. Miro la pantalla y es Olavarría. ¡¿Qué quieres?! Estás despedido. ¿Cómo que estoy despedido? No me has enviado la crítica, marqué tu número fijo y no estabas. ¡Borracho! Seguro que mañana a las once de la mañana estarás hecho un trapo y me llamarás diciéndome que estás con mal de amores, que eres un pobre abandonado, y etcétera, etcétera. No Mariano Infante, ahora te la verás con la editorial. No te publicarán, ya que debes más de diez críticas y los libros los arrumbas junto a tu computador y los lees por placer. Este es un trabajo, alcohólico de mierda. ¡Yo publico donde quiero, Olavarría! No creas que es por ese canje ordinario que me van a publicar. ¡Hasta pronto, viejo! Tuuuuuuuuuuu

Siento como el ron sube a mi cabeza, la mezcla de whisky y ron no es la mejor. Siento como mi cabeza hierve a ochenta grados. El google, maldito google. Este Infante me las va a pagar. Ese Infante va a desaparecer hoy de la tierra y se irá derecho al infierno. Siempre estuve preparado para matar a cualquiera que se me cruzara en el camino. Mi carrera literaria, mi nombre en el google, mi nombre en el google es mío. Mañana aparecerá muerto en los diarios, en la cooperativa, en la tele, y deberán poner su nombre completo. Decir que era el actor aparecido y no Infante, el escritor de renombre. Mariano Infante tanto y tanto, el actor, murió de una bala que intersectó su cráneo medio a medio. Los sesos quedaron desparramados por el departamento en donde se quedaba durante su visita a Chile. El mayordomo del hotel dice no haber visto nada. Las mucamas dormían y probablemente los demás turistas estaban ebrios en el bar del Hotel. Se teme sea el asesino de hombres famosos. Se teme que vuelva a atacar en los próximos días. ¡Imbéciles! Pero estaré yo, el único y real Mariano Infante, estaré para decir quién soy realmente. Me publicarán de un día para otro. Seré el que vivió y sobrevivió y además el que vende por montones. Mi nombre no se topará con el de un muerto, porque de los muertos no se habla demasiado, dicen los cristianos. Y el lolito que vino a probar fama a su país después de ir con una beca al extranjero será olvidado porque la información va demasiado rápido. Y me encargaré yo mismo de que se olviden de él y de sus nuevas costumbres extranjeras. Taparé su fama post mortum con excelentes críticas a escritores norteamericanos o europeos: Philip Roth, Anne Marlowe, Paul Auster, John Banville, Bernard Schlink y Gabrielle Wittkop. Estaré serenísimo escribiendo todas las críticas que debo y los cuentos por encargo que tengo para las antologías temáticas: cuentos de ciudad, cuentos eróticos, cuentos de invierno, cuentos de muerte, cuentos de desamor y de sexo, cuentos de países y de aeropuertos.

Camino. Buscaré antes un café internet abierto. Debo corroborar lo que pasa. La lluvia moja mis zapatos de cuero y siento como traspasa mis calcetines. Estoy ebrio. Veo que las luces de la ciudad están apagadas. Nadie en la calle. Debo entrar a internet. La romanticona y la mexicana pensarán sólo en mí. Estaré en el google. En este país de mierda si no apareces en el google, no eres nadie.

Camino y no encuentro nada abierto. Me mojo los zapatos y mis calcetines absorben el agua. Camino hacia mi auto. De lejos veo el letrero del hotel Victoria. Miro hacia el tercer piso y las luces están apagadas. Tal vez debería volver a llamar y cerciorarme de que este pendejo está ahí, y que además está solo. De pronto puede estar con una mujer montada sobre él y también tendré que eliminarla a ella. El ron está en mi cabeza. Ochenta grados. Tiemblo y siento algo de sueño. Podría dormir de pie. Podría agarrar la pistola y lanzar tiros al aire, luego correr hasta mi auto y dejar esto abandonado. Un auto pasa y se estaciona cerca mío. Camino. Dos tipos se bajan y me miran sospechosos. Camina en dirección al hotel Victoria. Los observo, uno de ellos a mí. Tal vez vienen por Infante. Tal vez Infante tiene guardespaldas y estos son. Tal vez Infante los ha llamado porque tiene miedo. Camino en dirección a ellos. Caminan más rápido y entran al hotel. Estamos los tres en recepción. El mayordomo se ha dormido. Cabecea. Estos tipos deben alojarse en este hotel. Subimos al ascensor y yo me bajo en el tercero, ellos también. Entran a la pieza 33, yo sigo y busco el 32, el de Infante. Departamento 38, 36, 34, departamento 32. He llegado. No golpeo. No toco el timbre. La manilla de la puerta se abre, está sin seguro. Entro. Lentamente voy tanteando qué sucede aquí adentro. Enciendo una luz. Primero la cocina, está frente a frente a la puerta de entrada. No hay nadie.

Aló, aló, ¿hay alguien aquí? Temo encontrarme con desconocidos. Aló. Enciendo la luz del comedor. Miro debajo de la mesa. Aló. Aló, ¿hay alguien aquí? El teléfono suena. No contesto. Voy al dormitorio. No hay nadie. He llegado. Por fin he llegado al departamento. Mi cabeza da vueltas. En ron no ha bajando. Encima del escritorio está el computador hibernando. Lo enciendo. Gigante judío en casa con sus padres en el Bronx, de Diane Arbus, mi fotógrafa preferida. Intento conectarme a internet. ¡Mierda! La página web solicitada no está disponible sin conexión. Haga clic en Conectar para ver esta página. Miro por la ventana.

Necesito buscarme, encontrarme en el google. Soy Mariano Infante. Hace tres semanas que no aparece nada nuevo. Intento conectarme. Mi cabeza da vueltas. Vuelva a conectarse más tarde. El teléfono suena, miro el visor, es Olavarría. Aló, Infante, te he llamado toda la noche. Haga clic en Conectar para ver esta página. ¿Me enviarás la crítica de McCarthy? ¿Dónde estabas? ¿Por qué no me contestabas? ¡Seguro dormías completamente borracho, como siempre! Cuelgo. Haga clic en Conectar para ver esta página. Abro la ventana, tomo el vaso, mi mano agarra fuerza y lo tiro sobre el poste de luz, que seguro es el que conecta los cables a internet. Suena como una bala apresurada, como el inicio de una pequeña guerra. Del frente, se abre la ventana del único departamento que permanece todas las noches encendido, mi cabeza da vueltas, se abre la ventana, y no era una vieja romanticona, es un anciano, que me mira asustado, y me grita que soy un imbécil, que si tengo algún problema de personalidad.

viernes, 12 de marzo de 2010

Avellanas catalanas chocolate venezolano



La semana pasada pusieron un programa sorprendente en la televisión catalana. Me lo envía por e-mail una amiga de Tarragona, que visitó Caracas hace tres o cuatro años. Y es que justamente de esa conexión va el programa. De Tarragona a Venezuela. De Caracas a Catalunya. Uno de los protagonistas es el batería de Els Pets (los pedos, en el idioma de Delibes) un grupo de rock català que tiene un tema titulado "menja avellanes" (come avellanas, en el idioma de Cela), que nos introduce en el apasionante mundo de la avellana. Resulta que los famosos chocolates Toronto se hacen con avellanas catalanas. De Reus concretamente. En el programa entrevistan a un representante de la empresa que fabrica los Toronto, un tal Ramón Chávez -¿será familia?- que afirma con la rotundidad característica de los Chávez que la avellana de Reus es la que combina mejor con el chocolate venezolano. La mejor combinación: un catalán o catalana y un venezolano o venezolana. Esto es así y cualquiera que pruebe los Toronto se da cuenta al instante. Porque todo venezolano tiene una historia con el Toronto. Está en su sangre. Algunos incluso se declaran amor con un Toronto. Miss Venezuela dicen que come avellanas de Reus, le comenta una señora de Tarragona a otra. Y así están de buenas, que sigan comiendo y que sigan poniéndose más guapas, le dice la otra. Y nosotras aquí trabajando, concluye la primera. En el programa hablan también del Centre Català de Caracas, lugar en el que me autoimpuse mi propia "mili" a la catalana. Serví a la patria impartiendo unas clases de catalán a unos jóvenes esforzados con curiosas razones para aprenderlo. El programa se supone documental pero es pura ficción. Como todo. La cámara acompaña a una actriz de telenovela por la ciudad. La vemos en la calle esperando un taxi, vemos como besa al motorizado y vemos como circula por una Caracas sin apenas tráfico ni gente en sus calles, una Caracas tan ficticia como la telenovela en la que actúa. Está bien fracasar, le dice la actriz a su partenaire. Seguro chama. El programa, completito, aquí. Siguiendo con Venezuela y Catalunya, hace unas semanas vi un documental titulado Garbo , El Hombre que salvó al Mundo, en el cuál se ahonda en lo que el joven editor Lope Gutiérrez-Ruiz -¿será familia?- una vez bautizó como la visión catalanocéntrica del planeta. Sí, ya saben, los que creen que Colón era catalán, que si hay Dios es azulgrana o que deberían haber dado el premio Nobel de literatura a Baltasar Porcel. La película afirma con total seriedad que gracias al espía catalán Joan Pujol -¿será familia?- los aliados ganaron la segunda Guerra Mundial. Resulta, y es raro que hayamos tardado tantos años en saberlo, que Garbo fue el agente doble que engañó a los nazis haciéndoles creer que el desembarco de Normandía era un amago y que el verdadero desembarco sería unos días después en Calais. Después de consumar su hazaña el amigo Garbo se fue a vivir a Venezuela y formó una nueva familia con la que vivió feliz y contento bajo las palmeras ¡Qué maravilla! Unos años antes, otro catalán, Félix Cardona Puig, fue el que descubrió el salto del Ángel. Olvídense del intrépido aviador Jimmy Angel. Fue Cardona. Debería llamarse El Salto del Cardona en lugar de el Salto del Ángel. Seguro que el imperialismo español conspiró con el venezolano para silenciarlo pero ya es hora que se sepa. Félix Cardona descubrió el Salto. Por mi parte, sólo añadir que mi estado favorito de Venezuela es el estado Sucre (azúcar en catalán) y que lo que intuyo que nos une a los catalanes y a los venezolanos es la ANARQUÍA. Ya lo dijo Simón Bolívar, el Libertador.

“Nuestro principal problema es la anarquía de nuestro políticos, de nuestro ejército, de nuestra iglesia, de nuestros comerciantes y hasta de nuestro pueblo… Cada quién cree tener la solución, cada quién quiere ser un líder y desde el primer momento, cada quién enfrenta al contrario; es decir, cada quién quiere hacer una cosa distinta y adopta posiciones antípodas sin causa aparente y sin importar la voluntad de la mayoría”

Bolívar sabía lo difícil que era gobernar un pueblo anárquico por naturaleza. Decía:
“Un presidente es un individuo aislado en medio de la sociedad: encargado de impedir el ímpetu del pueblo hacia el abuso… No hay buena fe en América, ni entre los hombres ni entre los pueblos, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las constituciones libros; las elecciones combates; la libertad anarquía, y la vida un tormento”

A sufrir pues. Salut.

La imagen que acompaña el texto es de la estupenda fotógrafa caraqueña Carolina Muñoz. Más info sobre su trabajo en http://camuzfotografia.com/

domingo, 7 de marzo de 2010

Ser empresario es puta

Ahora resulta que los empresarios sufren. En Barcelona más que en ningún otro lugar, se lo crean o no. Sufren tanto, la pasan tan mal, que, mira por donde, una galería de arte se ha apiadado de ellos y les ha montado una performance reivindicativa. Un grupo de actores pasearon por la Ramblas en diciembre coreando eslógans como "la vida del empresario es puta".Lo pueden ver aquí

Continuando con el festival del humor, la Fundación Confianza, una especie de grupo de amigos con pasta o, según El País, una entidad sin ánimo de lucro ni afiliación política respaldada por 18 empresas españolas de envergadura, acaba de lanzar una campaña publicitaria baratita, apenas 4 millones de euros, para que sigamos consumiendo. Ya se sabe, ante la crisis, despilfarro. La broma, de mal gusto, se llama estosololoarreglamosentretodos.org” y es obra de estas hermanitas de la caridad llamadas Telefónica, Iberia, El Corte Inglés, BBVA, Santander, La Caixa, Caja Madrid, Repsol, Cepsa, Endesa, Iberdrola, Mapfre, Abertis, Mercadona, Indra, Renfe y Red Eléctrica… gente buena que se preocupa por la sociedad y sus problemas. Para vendernos la moto, como suele decirse, han contado con la colaboración de un padre de la Constitución, comodín de lujo que sirve tanto para presidir el nuevo Palau de la Música como para salir a la palestra con cuentos como éste. 

Por suerte, a la campaña ya le ha salido la contra, estodeberíanarreglarlolosquelojodieron.com, que en pocas horas ya tienen más de 60.000 afiliados vía Facebook. 

Siguiendo con el humor, recibo en mi correo las explicaciones solicitadas a Venezuela. No las escribe el Comandante en jefe, no. Lo hace el humorista más agudo de la República Bolivariana, el gran Laureano Márquez.

Zapatero, mire usted:

Yo sí que le voy a explicar:

Todo comenzó el 12 de octubre de 1492, cuando Isabel y Fernando, casados bajo el lema de: “tanto monta y monta tanto, Isabel como Fernando” (promesa que cumplieron fielmente), financiaron la venida de tres barcos de malandros, comandados por un italiano con un proyecto, ignorando que no hay cosa más peligrosa en la vida que un italiano con un proyecto. Dichos personajes, llamados los conquistadores, Don José Luis, vinieron con la idea de buscar poder y fortuna.

Desde esa época en estas tierras que fueron de Su Majestad, los habitantes hemos asociado poder, no con servicio y entrega, sino con riqueza. Eso, más sencillamente, por estos lados se resume en la conseja de: “No me den, sino pónganme donde haiga”. Por ello, como dice la canción del maestro Simón, aquí nadie “obedece a freno ni lo paran falsas riendas”. Así pues, el apego a las leyes de S.M., como usted comprenderá, no fue el principio fundacional de estas provincias. Como ve, desde los pretéritos tiempos, se instaló en nosotros la idea de que los caminos oblicuos, los atajos y las vías alternas, son los verdaderos caminos y que lo otro es una mera formalidad que todos aparentamos guardar. De hecho cuando juramos Constituciones y esas martingalas, lo hacemos desconociendo abiertamente el documento sobre el cual juramos, sin que nadie reclame que el juramento es írrito, ni esas cosas que tanto agobian al hemisferio norte.

Para decirlo en términos de Montesquieu, el espíritu de las leyes no es nuestro fuerte.

Añádale a lo anterior un contingente humano arrancado de su tierra violentamente y esclavizado, traído al país en barcos miserables y sometido a crueles maltratos y vejaciones en una tierra extraña por siglos y súmele, si aún le parece poco, el desplazamiento de los pobladores que primigeniamente habían ocupado estas tierras, en largo peregrinaje desde el corazón de Asia, pasando por el estrecho de Bering hasta instalarse para habitar estos espacios.

Póngase en el lugar de estos primitivos hombres y que, luego de este periplo, cuando ya está usted acomodado en el chinchorro, preparado para un merecido descanso de siglos después de feroz caminata, venga un carajo forrado de hierro a arrebatarle la tranquilidad. Imagínese sólo por un momento la arrechera.

Ahora bien, coloque todas esas angustias, dolores, injusticias y arbitrariedades en una coctelera y mézclelos. Bueno, eso somos nosotros: un contingente humano formado por exiliados, constituido por tres culturas, ninguna de las cuales se sentía a gusto en el lugar.

Nosotros siempre viendo esta tierra como un sitio de paso, supervivencia y exilio, nunca como un hogar que hay que defender.

¿Entiende ahora por qué le está entrando tanta gente con el propósito de quedarse en la madre patria? Es el conquistador, Don José Luis, es su bisnieto realizando el sueño de su antepasado de volver a España, para ser un “hijodalgo”, buscando ser el hijo de una madre patria que aquí no consigue, que le brinde la seguridad que aquí no encuentra.

Es el coctel del resentimiento, Zapatero, largamente acumulado y nunca resuelto de las desigualdades, las injusticias y las arbitrariedades, el que produce estos fenómenos que a su señoría tanto inquietan y a nosotros tanto oprimen.

Así que yo que usted, seguiría como ha hecho hasta ahora, con la mente puesta en el poder y la fortuna y sobre el resto me haría, como dicen los indianos, el pendejo. No pida usted más explicaciones que esta que se le ofrece, no indague que el que busca encuentra.

Siga el consejo de su canciller, no más desatinos.