domingo, 18 de diciembre de 2011

Carcelona: la canción de un indignado


Se dice que Rosario comparte con Carcelona el honor de haber albergado en sus calles los movimientos urbanos anarquistas más fuertes. De ahí que desde 1902 se la conoce como la Barcelona argentina. A comienzos del siglo XXI, las coincidencias entre Rosario y Carcelona parecen pocas a mi juicio. Sin embargo, un reciente documental la llama la Barce-lona argentina, señalando la paradoja de que mientras "unos viven en Barce, otros viven en la lona", aludiendo a la poco equitativa gestión municipal de la administración socialista. Desde Rosario me llega esta lectura de CARCELONA que comparto acá..

La imagen que acompaña estas líneas y que aparece publicada en la edición de hoy de Señales, el suplemento de cultura de La Capital, es de Rulramirez, joven fotógrafo carcelonés que alguna vez pisó también tierras rosarinas. Copio a continuación el texto del periodista y poeta Osvaldo Aguirre.

La canción de un indignado

En enero de 2009, después de vivir casi diez años en San Pablo, Miami, Caracas y Bogotá, Marc Caellas volvió a su ciudad natal, rebautizada como Carcelona. "Algo en el ambiente me oprimía, coartaba mi libertad y reprimía mis sentimientos", dice. El malestar tomó la forma de un blog y ahora, cuando el autor vive entre Rosario y Buenos Aires, llega al libro como "un intento de explicarme mis problemas con una ciudad que amo y odio con la misma pasión y a la que regreso periódicamente con la ilusión de ser feliz entre sus calles".

Los problemas de Caellas con su ciudad son bastante serios, pero los enfoca a través de la ironía y el humor. Carcelona puede ser leído como una denuncia de las imposturas culturales y políticas que subyacen al llamado progresismo. "Es el revulsivo contra la farsa que da asco. La pequeña pieza de un indignado que mantiene la espada en alto con talento", dice Pepe Ribas en el prólogo.

El libro alterna crónicas breves con citas de autores diversos (Michel Foucault, Fernando Savater, Michel Onfray, Rafael Gumucio, Jorge Carrión, entre otros), reflexiones para pensar los diversos aspectos que explora el autor: la promoción de la industria turística y sus criaturas (los guiris), los símbolos oficiales de la ciudad (Copito de Nieve, un gorila albino que fue tapa de la revista National Geographic) y la trama de las instituciones ("En Carcelona, la Santísima Trinidad la forman la Caixa, la Iglesia Católica y el Fútbol Club Barcelona"), sólo para comenzar.

Pero si por un lado están Toni Puig y los voceros del "reality show carcelario más popular del planeta", los comunicadores que venden la marca Carcelona y los opinadores periodísticos, por otro hay una ciudad que resiste, que tiene áreas más o menos liberadas y voces que no han sido silenciadas, los "referentes de la insumisión": entre otros, la periodista Cristina Fallarás, el activista antibancos Enric Duran, el Morrysom bar y el Off Papa Festival, evento que contestó a una visita del Papa en 2010.

Así, no es Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen, y menos Biutiful, de Alejandro Iñárritu, "la película que mejor refleja las miserias emocionales que padecemos los nacidos entre el Besós y el Llobregat", sino En la Ciudad, de Cesc Gay. La película, dice Caellas, es incomprensible para espectadores que no sean de Carcelona. Su escena final plantea para una paradoja que sólo se entiende por la experiencia propia: "la ciudad donde es casi imposible estar solo es donde uno se siente menos acompañado".

Una marca

Carcelona no tiene explicaciones farragosos sino pasajes ensayísticos que resultan contundentes, incrustrados entre fragmentos de relatos autobiográficos y memorias propias y ajenas. Algunas de esas ocurrencias remiten a la historia reciente: la transición, el período durante el cual España dejó atrás la dictadura de Francisco Franco, incubó el huevo de la serpiente, "fue la manera que encontró la izquierda para secuestrar la cultura".

La cultura, dice Caellas, "se convirtió en un departamento del Ayuntamiento cuya principal misión era detectar cualquier atisbo de rebeldía para, una vez localizado, seducirlo y comprarlo, asumiéndolo como propio, convirtiendo a los agitadores, a los innovadores, a los provocadores en pseudofuncionarios anestesiados con un buen sueldo a fin de mes". Los lectores argentinos deberán decir si en este mundo global el fenómeno se reduce a España o tiene manifestaciones más cercanas.

El régimen de Franco se desvaneció, pero fue sucedido por una "dictadura del civismo". El orden tiene palabras para todo, precisamente porque las palabras, como dice William Burroughs en una de las citas de Caellas, siguen siendo el principal instrumento de control. Los disidentes, entonces, son los antisistema, un término de significación tan amplia que, en una ciudad donde tanto está prohibido hacer ruido como orinar en la calle, puede incluir al que va un poco desprolijo.

La creación de la ciudad como marca resulta una operación central en el proceso, y aquí vuelve a levantarse la espada del cronista: "Carcelona fue gestionada durante más de treinta años por publicistas camuflados de asesores (...) Como buenos vendedores de humo, apuestan por el marketing y la comunicación. No importa lo que se haga, lo que importa es lo que se dice".

Sin embargo, por más indignado que esté, Caellas nunca pierde el humor y la visión corrosiva del mundillo cultural, como muestra al contar las dificultades que tuvo para encontrar un albergue transitorio, cuando lo necesitaba, o las reacciones del público en una corrida de toros. También, engañosamente, ofrece ideas para nuevas campañas publicitarias de Carcelona y un esbozo de guión para TV 3, la televisión catalana.

"Quizás haya algo en el aire contaminado de Carcelona que nos impide estar bien con nosotros mismos. Tal vez hemos respirado alguna sustancia tóxica que nos dificulta satisfacernos con lo que tenemos, ya sea el trabajo, la pareja o el coche. Una permanente insatisfacción que deriva en soledad porque no sabemos la razón de nuestro estado y mucho menos sabemos cómo explicarlo a nuestro entorno afectivo", dice Caellas. Pero de esas imposibilidades están hechas sus crónicas; y el libro, además, ofrece un interés adicional para el lector local, si se piensa que Rosario, al fin de cuentas, es la Carcelona argentina. •

La escena literaria

Marc Caellas nació en Barcelona en 1974. Dirige propuestas escénicas, gestiona proyectos culturales y escribe (www.marccaellas.com). Acaba de presentar en la Fundación Tomás Eloy Martínez, de Buenos Aires, Entrevistas breves con escritores repulsivos, obra basada en textos de David Foster Wallace, para la que convocó a cinco escritores y a una periodista cultural. “Creo que nadie mejor que un escritor para presentar a otro escritor al que admira o sigue o lee. Creo que la literatura es espectáculo y quienes lo juegan bien son los escritores. Creo más en la honestidad emocional que en la destreza técnica para representar las emociones”, dijo, al respecto.

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