miércoles, 29 de diciembre de 2010

La huida


Estoy cansado de estar siempre huyendo, dice Don Draper, el gran Don Draper, el personaje del año sin duda, por delante del combativo Assange y del no menos brillante Zuckerberg. Don Draper está cansado, se nota. La cuarta temporada de la serie más adictiva que uno recuerda te deja en un estado de dependencia emocional desconcertante. Don Draper, repito, personaje del año. No sólo lo hemos visto borracho, drogado o dormido. También lo hemos visto con lágrimas en los ojos, lo hemos visto con muchas mujeres, lo hemos visto con sus hijos, lo hemos visto nadando. Sus secretarias le aman, le renuncian, le mueren. Don Draper puede con todo, huye siempre hacia adelante, sin mirar por el retrovisor. Veo estos capítulos finales de la cuarta temporada en Buenos Aires, en este Palermo Hollywood a 35 grados con pileta y bife de chorizo. Llego huyendo del frío europeo en busca del calor del sur. Un calor infernal, dice la prensa local. A mí no me lo parece. Ni sudo. Mi cuerpo anda con déficit de calor. A diferencia de Don, yo no estoy cansado de huir. De hecho, no creo que sea una huida, apenas un nuevo desplazamiento, un nuevo cambio para seguir siendo uno mismo pero en otro lugar. Este lugar es Buenos Aires y este país es Argentina. Un país que no descansa ni en vacaciones. Una ciudad ruidosa y enérgica que cada día es un poquito más mía. Han sido dos años de Carcelona y me temo que es hora de terminar con este blog y con esta determinada manera de vivir un retorno que ha sido apenas una pausa en el camino.

No es de extrañar que en el vuelo Barcelona-Buenos Aires me acompañe EL JUEGO DEL OTRO, otro magnífico libro que los amigos de Errata Naturae nos han brindado en este agonizante 2010.

"Al fin y al cabo, no es totalmente desdeñable la idea de que un diario real, que suponemos como un reflejo "verdadero" de unos hechos, se convierta en un paño ocultador; al tiempo que un segundo diario, un diario falso, es decir, una ficción, restituya la realidad de forma tan "verídica" como podría hacerlo el primero."

domingo, 12 de diciembre de 2010

apuntes sobre animales, encuentros y autopistas


Son las 5 de la tarde de un sábado de diciembre. No hay mucho movimiento por los alrededores de Plaza España. En las taquillas del Mercat de les Flors recojo mi entrada. La publicidad, ya lo sabemos, engañosa, prometía comunicar telefónicamente el lugar de encuentro. Tuve que llamar yo dos veces para comprobar que el punto de encuentro es el propio Mercat de les Flors, a donde hubiera ido en cualquier caso. Somos tres espectadores. Una joven nos pregunta cómo nos llamamos. Forma parte de la obra, asegura. Al poco rato aparece un hombre con el pelo engominado, vestido de traje y con guantes que nos pide que le sigamos. Damos la vuelta al edificio y entramos al Mercat por una puerta lateral. El hombre misterioso nos confisca los bolsos y carteras. No ofrecemos resistencia al asalto. Quizás porque vemos un cuerpo de mujer tumbado en el suelo debajo de un coche rojo. Subimos a ese coche rojo que está aparcado al lado de otro coche rojo en el centro del Mercat, convertido ahora en una especie de nave industrial. El conductor nos pregunta de dónde somos. De Valencia, de Barcelona, de Venezuela. En Venezuela hay chicas guapas, acota el poco ingenioso chófer. Eso dicen, responde la venezolana. Nos ponemos en marcha. Damos vueltas alrededor del Mercat en obras. Por algún rincón salen un hombre y una mujer que ejecutan un baile que es más un duelo que es más un reto que es más un cortejo que es más algo que no sé que es pero que me gusta. Lo que más me gusta es verlo desde dentro del coche. Esa ventanilla de atrás se convierte en una pantalla por la que pasa esta película de época protagonizada por "un fuera de la ley en busca de su pasado y una ex-bailarina exótica". Hay también "una señorita que aparece de vez en cuando", leo ahora en el programa. El que se escapa termina solo. El chófer va cambiando de música y en algún momento viajo hacia la infancia y llego hasta esos domingos en la autopista, sentado yo en el asiento de atrás del Audi 100 de mi padre, viendo el paisaje e imaginando otros mundos en los que soy un hombre intrépido y no un aburrido hijo obediente. El viaje interior me lleva a pensar en por qué no nos han llevado a un espacio abierto, donde todo encajaría mejor. Puede que me equivoque pero diría que la pieza está pensada para otro espacio. En esas cavilaciones ando cuando, de repente, la señorita se abalanza sobre el capó y se desliza encima nuestro. La chapa cruje. Miramos a ambos lados. El fuera de la ley va a la suya. La ex-bailarina exótica rememora mejores épocas. Es como Rebelde sin Causa pero sin James Dean. Por algún motivo que no entiendo cambiamos de coche. Nos entregan un antifaz de fieltro. Nos lo ponemos. Alguien abre la puerta del coche y nos hace salir suavemente. No vemos nada. Bailamos pegados, como en la canción, con un desconocido. Creo que es un hombre el que me dirige en este baile a ciegas. Preferiría a la ex-bailarina exótica pero no puedo escoger. El que se escapa termina solo. Se detiene. Escuchamos un sonido. Sospecho que nos están tomando fotos. Regresamos al auto. Ahora, por fin, salimos del Mercat. Un peatón se nos cruza en el paso de cebra. Lo miro atentamente. Dudo de si forma parte de la pieza o no. Me fijo también en una señora que pasea el perro. No tiene pinta de bailarina. Poco antes de llegar al edificio de la Guardia Urbana nos detenemos. Bajamos del coche y recibimos un sobre con esta foto y una advertencia: sean discretos en lo que cuentan. Pues mire, no, lo contaremos todo, o casi. Porque ya está, terminó esta pieza breve con momentos inspiradores, otros prescindibles (esos elefantes, ejem), acabó esta propuesta que ofrece una interesante búsqueda de nuevas perspectivas para el espectador, un híbrido de cine-teatro-danza que me ha dado algunas ideas que quizás cristalicen en algo...

Regreso a mi estudio y regreso a mi melancolía. Me sienta mal el invierno. Busco distraerme con algún libro y todos los libros me llevan al mismo lugar. El que se escapa termina solo. Esta frase me persigue. El que se escapa termina solo.

FRESCA
de Ricardo Zelarayán

El que se escapa termina solo. Días, a la larga dentelladas, y el aire no se tiñe como el agua.

Nadie pasa de largo y nadie se aguanta tampoco.
Traicionera canción de piedras que se desmoronan. Vaya canto a la soledad. Humo negro en noche aún más negra que borrachea en el tiempo, sola al fin, suelta y olvidada como una noche cualquiera.

Se siente en los tobillos, el sueño, humo, tiempo, hace pasar los trenes, las carretas lentas, culebras, babosas, lombrices ciegas.

Las distancias cortas de los cabellos que pudieron escaparse de la piedra traída de los pelos y de la maldición dicha sin ganas, estropeada y cariada.

No más ilusiones perpetuamente iluminadas por el sol. La siesta aplana. El filo es filo.

El cuerpo... o se quiebra o se queda. Aplastado ahí nomás. Cálculo o maldición no alcanzan a salir de boca e' bagre apestado.

Sonrisa, un humo de tantos sobre un vértigo de borrachera y el humo rápido.

Guiñada oscura de los dos ojos cobardones. Grito blando. Y ni aguja ni aguijón suicida.

Cuerpo de puro salto, gritito, cuerpo blandito. Mordida sin pausa, serrucho melodiando siempre.

Traición merodea, traición melodea, traición empuja a pura uña. Y queda el arranque nomás. El arranque de arrancar todo. Borrar, pasar el trapo alegremente entre la serenata de los sapos y el humo silencioso sobre el agua.

La fresca al fin, a fresca. La flor que no se horca nunca.