Cuando me pidieron moderar una mesa sobre los cincuenta años de la revolución cubana en la Universitat Catalana de Verano, lo primero que pensé fue: qué bien, voy a conocer por fin la Catalunya Nord, ese territorio mítico más allá de los Pirineos, esa parte de Catalunya arrebatada por los imperialistas gabachos, el bastión catalán en el país más centralista de Europa. Como ofrecían alojamiento y comida, en un lugar muy bonito afirmaban orgullosos, y podía ir acompañado, pensé que no tenía más remedio que interrumpir mi retiro veraniego por unos días y plantarme en la entrañable vila de Prades, Prada de Conflent para nosotros. Para no dejarme llevar por la emoción y permitir un análisis sosegado y objetivo le pedí a una amiga extracomunitaria (terminología FIFA) que me acompañara, para que su escepticismo territorial, consecuencia inevitable de su mestizaje checo-sefardita-venezolano me iluminara en la delicada misión de establecer el grado de catalanismo existente en la Catalunya Nord. Admito que me sorprendió sentir un leve cosquilleo interior al divisar a mi izquierda, desde el coche, la imponente cumbre del Canigó -mi acompañante me preguntó en ese momento por qué razón en el colegio de su hijo les dicen que es la montaña más alta de Catalunya y yo no supe responderle-, desde cuya cumbre, poca broma, se reparte el fuego sagrado que enciende las hogueras en la noche de San Juan. Una vez en Prades, constaté lo difícil que resultaba encontrar la susodicha universidad de verano. No había un sólo cartel indicativo y tras muchas vueltas -en las que comprobamos que en Prades poco o nada interesa el tema catalán- llegamos a un edificio semi-abandonado más propio de la Bucarest de los ochenta que de la prestigiosa universidad que nos "vende" la televisión catalana cada verano. Acabamos alojados en la entrañable Molitg des Bains, una aldea situada a unos diez kilómetros montaña arriba en la que encontramos, dando un paseo al caer la tarde, con gran regocijo, un cartel clavado en una puerta en el que leímos "Aquí viu un català". Ahí sí me quedé más tranquilo. Al menos queda uno. Más tarde, cenando en L'Estaca, el único bar del pueblo, nos enteramos de que para los lugareños el catalán es algo así como una variante sureña del francés, como si dijéramos el andaluz o el extremeño, y que sirven la crema catalana sin quemar el azúcar, toda una provocación. Estuvimos a punto de dejar el bar cuando divisamos, en la pared, este poster que reproduzco, de una bebida desconocida para nosotros: Alter-Cola, o sea cola lliure, cola catalana. Con esta pequeña alegría, nos retiramos a nuestra habitación del hostal Le Catalan, en la que por supuesto, nadie habla ni escribe el catalán. Al día siguiente fue el gran día. Se inauguró la Universitat Catalana d'Estiu. En algún lugar del programa alguien escribió esta frase de Einstein: "la vida es como ir en bicicleta, para mantener el equilibrio debes ir moviéndote". Debajo indicaba, Albert Einstein, científico y europeo por antonomasia. Me gusta esto de ser europeo por antonomasia. Los chicos que se encargaban de la organización también son europeos, no sé si por antonomasia, e intentaban hablar un catalán que, efectivamente, les salía bastante afrancesado. Tan preocupados iban con la lengua que descuidaron la organización y la mesa sobre los cincuenta años de la revolución, a la que desgraciadamente no invitamos al "bueno" de Juanes, empezó con casi media hora de retraso. Presentó la sesión el rector, ataviado para la ocasión con una camiseta roja del Che, por las dudas, dando paso a continuación a una intensa discusión sobre los pros y contras de una revolución que para algunos ya es Patrimonio de la Humanidad, como las pirámides de Egipto o como Michael Jackson. Afortunadamente la sangre no llegó al río y terminamos la sesión puntualmente, ahora sí, a tiempo de dar un paseo por la cercana vila de Eus, desde la que nos despedimos de estas tierras que alguna vez, quizás, formaron parte del mítico país catalán.
Para detalles históricos y actuales, les dejo este muy recomendable artículo de Félix de Azúa que expresa sensaciones parecidas con otras palabras.PROVECHOSOS MOVIMIENTOS VERANIEGOS
por Félix de Azúa
De las proximidades de Torroella, pueblo del Empordà notorio por su festival internacional de música, a la aduana francesa hay poco menos de una hora, y la primera población con un cierto empaque es Perpinyà. Conviene atravesar la frontera de cuando en cuando para hacer comparaciones, que son odiosas, sí, pero no por ello menos instructivas.En la agitada historia de Francia, tan vapuleada como España por la guerra incivil (aunque, eso sí, lo olvidan mejor), las zonas del sur siempre anduvieron un tanto despendoladas. Luis XIV les puso la brida a los feudales y la estatua ecuestre que adorna el candoroso parque de Montpellier es prueba de que, en algún momento, se les ordenó que formaran parte de un país más grande y quizás menos reaccionario que su minúscula región. Se plegaron.
Así nació el primer Estado moderno y así se pudo ver a Francia como la nación más poderosa del mundo en el siglo XVIII. El Estado moderno obligaba a suprimir las madrigueras feudales y la guerra de la Fronda puso en claro con qué ferocidad los poderes regionales iban a defender sus privilegios con el apoyo (¡siempre lo mismo!) de la Iglesia católica. Una historia que, como es lógico, en Catalunya se cuenta al revés. Todavía hoy el sur de Francia es una región de escasa vida industrial, con servicios menos vigorosos que los del norte y una población que tiende a votar a Le Pen. De ahí que su recurso sea el turismo, en el que trabaja con toda su energía, que es considerable.Muchos de estos rasgos nos son familiares a quienes vivimos en Catalunya Sur, capital Barcelona. Lo tremendo es que, a pesar del tan alabado crecimiento económico español, de la admirable transición política, de la cantidad de jabón que se dan nuestros gobernantes, lo cierto es que una ciudad como Perpinyà, que viene a ser la Algeciras de Francia, le da mil vueltas a ciudades mucho mayores y más blasonadas de Catalunya (sur). Y no doy nombres porque luego los gañanes del lugar te buscan para romperte una bandera en el cráneo.
Esto es desconsolador. ¡Con la cantidad de dinero que les estamos dando a esta gente de Perpinyà y alrededores! Por si no lo saben, les pagamos colegios, cátedras, universidades, radios, y un corresponsal de TV-3 que ofrece fascinantes noticias sobre Ceret. Todo para recordarles a los de Catalunya Norte que son catalanes, un asunto que en general olvidan casi todos los catalanes hasta que llega el Gobierno de Montilla para recordárselo. Es muy desesperante porque en dos días de moverme por la ciudad no pillé a nadie, pero es que nadie, que hablara catalán o que tuviera un porte que no fuera rotundamente gabacho. Quizá en el campo haya más entusiasmo.Veamos. El dinero que pagamos se ve por las calles, eso sí. Está todo lleno de banderas catalanas, los letreros de la oficialidad vienen en francés y catalán, por el centro hay oficinas de la Generalitat del sur, la emisora nacional nuestra está justo delante del río y parece que alguien la oye, quiere decirse que la vida administrativa refleja un buen fluido de dinero (¿cuánto?, nadie lo sabe) que les cae a estos franceses como agua de mayo.
Ahí se acaba el asunto. Circulan unos autobuses que ya los querríamos en Barcelona, hay zonas peatonales con bares y restaurantes al aire libre, servidos por auténticos profesionales, dos librerías que no encontrarás en ninguna capital catalana (del sur) excepto, claro, en Barcelona. Todo está limpio, no hay estruendo ni jarana, los comerciantes son educados, los grandes almacenes no venden saldos, hay varios locales recomendados por guías gastronómicas, en fin, que aquello es indudablemente Francia. Me preguntaba yo, mientras caminaba por la modesta y sin embargo confortable ciudad francesa, cuántos de aquellos nacionalistas (del norte) que negocian con nuestros Montillas y Carods y tratan de despertar un patriotismo que a los franceses les importa una higa, se cambiarían, no ya por catalanes (del sur), sino por españoles. Yo creo que ni uno. Ni siquiera los dirigentes del partido nacionalista catalán que se presenta a las elecciones en Perpinyà. Una cosa es pillar dinero como se pueda y otra cambiar el sistema de transportes, correos, la sanidad, la policía, los diarios y televisiones o la educación francesas por sus correspondientes entes catalanes (del sur) o españoles.
Entre lo más agradable de este salto me atrapó una exposición de Hyacinthe Rigaud, pintor al que no se le presta atención cuando se pasea por el Louvre, aunque fue el mejor retratista de la época de Luis XIV y Luis XV. La exposición era soberbia. Rigaud retrataba como un cretino a quien lo era (hay un diputado tocando la gaita que es pura actualidad), pero rozaba a Rembrandt cuando retrataba a quienes tenía respeto, como los jansenistas de Port Royal, gente sobria. Había un detalle, sin embargo, que me desoló. La exposición celebraba la anexión de la Catalu-nya Norte a la corona de Francia en 1659, año de nacimiento de Rigaud. ¿Cómo lo ha permitido Montilla? ¡Una exposición que celebra en Perpinyà su anexión a Francia! ¡Con nuestro dinero! Esto es tristísimo. También yo lo lamenté profundamente. Sobre todo porque, por el mismo Tratado de los Pirineos, la corona francesa renunció a Barcelona. Y eso sí que es algo que no le perdonaré nunca.
Para detalles de la mesa redonda sobre Cuba, dejo el link al blog de la escritora Teresa Amat, ponente en Prades
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Jo visc a Prada d'ençà de vint anys, hi vaig fundar la primera escola catalana del Conflent, puc dir que si només tenim 112 alumnes a l'escola (el poble és de 6000 Ha) és perquè NO N'HI CABEN MÉS per culpa dels locals. Cal afegir les classes bilingues que organitza el sistema estatal d'educació que també creix de manera important: en pocs anys l'escolarització (voluntària) en català ha arribat al 30% de l'alumnat. Afegim que el repetidor de TV3 que vàrem instal·lar a Prada va ser pagat mitjançant una subscripció popular i l'ajut del Sindicat de TV del Conflent presidit per l'aleshores Batlle de Prada. La visó que traspua de l'article és la típica visió jacobina (versió espanyola) que només reconeix el que s'assembla al seu entorn immediat. Ningú no se'n pot fiar.
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