jueves, 23 de febrero de 2012
Carcelona en Llegás
Ezequiel Alemián me entrevistó en diciembre para la revista Llegás, una publicación gratuita que circula por los teatros y demás antros de perdición de la ciudad de Buenos Aires. Copio a continuación lo que salió.
Marc Caellas nació en Barcelona en 1974. Vivió en Londres, San Pablo, Miami, Caracas y Bogotá, y ahora vive y trabaja en Buenos Aires. Creador de propuestas escénicas innovadoras, en la Fundación Tomás Eloy Martínez puede verse estos días Entrevistas breves con escritores repulsivos, adaptación suya de un libro de relatos de David Foster Wallace, en la cual eligió trabajar con escritores en lugar de actores. Pero Caellas también acaba de publicar Carcelona, un texto polémico (originado en un blog), a mitad de camino entre el ensayo crítico y el panfleto contestatario, que al autor le sirve para llevar a cabo un vibrante ajuste de cuentas con la ciudad en que nació.
-¿Cuál es el estado de las cosas en la Barcelona de hoy que denunciás en el libro?
-Es algo que surge de la irritación. Por un lado me irrita bastante que en los lugares por los que viajo, cuando se enteran de que soy de Barcelona, todos me dice: “¡Ah, Barcelona, qué gran ciudad, qué maravilla!”. Como si uno fuese un afortunado. También me provoca irritación la campaña que todos los poderes fácticos de la ciudad han llevado a cabo durante los últimos 20 años para venderse y demostrar que sí, que efectivamente Barcelona es la mejor ciudad. Es la obsesión por vender lo que se llama la “marca” Barcelona, en parte para posicionarse en el mercado turístico, pero también para presumir. El catalán tiene un complejo de inferioridad con respecto a España, y con respecto a Madrid. Y ahora pareciera ser que con el tema de la ciudad, se ha logrado por fin superar a Madrid.
-Esa obsesión por hacer de Barcelona la ciudad perfecta, ¿de qué manera incide en la vida cotidiana de la gente?
-Uno de los grandes efectos negativos es el turismo. Barcelona es una ciudad muy pequeña, de apenas un millón y medio de habitantes, a la que se ha querido poner a competir a nivel turismo con ciudades como París o Londres, que son diez veces más grandes. Eso genera un altísimo nivel de concentración en muy poco espacio, que hace que la vida cotidiana del ciudadano se vuelva insoportable en muchas zonas. Toda la ciudad de organiza para el de afuera; desaparecen comercios tradicionales para ser reemplazados por comercios para turistas. ¡En Barcelona se venden más sombreros mexicanos que en México! Cosas así que parecen tonterías, pero que te van cargando. Otro tema importante es el tema de precios: la inflación que hubo en Barcelona es tremenda. Se manejan precios para Noruega, cuando se vive con sueldos de Portugal.
-¿En qué medida el hecho de haber vivido varios años en América latina te ayudó a ver tu ciudad de una forma renovada?
-Creo que después de haber viajado y haber vivido en otras ciudades, teóricamente incómodas o conflictivas, violentas, como Caracas, Sao Paulo o Bogotá, he llegado a la conclusión de que en ciudades más incómodas, o menos ordenadas, las relaciones personales son más auténticas. La perfección, la obsesión por que todo esté perfecto, agota. Es un stress. Por otra parte, me han señalado que en capítulo del libro que es sobre cine, critico las visiones de Barcelona de “los de fuera”, como la Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona, y defiendo la de los locales, como la de Cesc Gay en En la ciudad. Creo en cambio que se trata de un factor reciente. Hace poco estuve viendo una película de Antonioni, El reportero, en la que Jack Nicholson pasa por Barcelona. Antonioni filma unas escenas en La Pedrera, como Woody Allen, pero de una manera totalmente distinta: incorpora la arquitectura a la película, no la usa simplemente como fondo. Entonces Barcelona era una ciudad gris, portuaria, con una energía propia, y Antonioni plasmaban eso. Ahora se ha convertido en un decorado, y eso es lo que vemos en la película de Woody Allen. A mí me ha hecho muy bien irme para luego regresar. Primero el blog y luego el libro surgen de la perplejidad de volver a encontrarme con mi ciudad después de cinco años de haber estado afuera.
-¿Cómo se dio el pasaje del blog al libro?
-Escribí el blog desde 2009, durante dos años, semanalmente. Cuando lo iba a cerrar, porque me venía a vivir a Buenos Aires, me escribió el editor de melusina, que me había seguido, y me preguntaba si yo también escribía en papel y me propuso hacer el libro. No trasladé el blog al papel, sino que a partir del blog repensé los temas y los volví a escribir: textos más largos, más ensayísticos, más investigados. Realmente, el 80% del libro son textos nuevos que escribí acá en Buenos Aires.
-¿Podés imaginar dónde puede darse un cambio en la situación que criticás?
-Una propuesta podría conectar con la del movimiento de los indignados: que haya una democratización real. Retomar de verdad la idea que comenzó en Porto Alegre, de desarrollar un presupuesto participativo, que no se quede en decidir si un semáforo lo ponemos aquí o allá. Pero el problema ya es no de Barcelona sino de España, donde se hizo una transición que fue un acuerdo de dos partidos. Ahora se necesita una segunda transición, una nueva constitución. El tema de PSOE y el PP ya no se aguanta más.
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