viernes, 9 de diciembre de 2011

Copito cabreado



El escritor argentino Juan Terranova escribe sobre Carcelona y sobre Copito de nieve, al que conoció de niño, una mañana fría de invierno. Acá pueden leer el texto original que a continuación transcribo. Como de Copito ya puse varias fotos, ilustro este texto con una imagen tomada por Ignasi Duarte en la pastelería Mauri: una guiri australiana que viaja con su canguro.

EL ESPECTADOR INMÓVIL (2)

Ayer a la mañana encontré un comentario sobre Carcelona, el libro del director de teatro catalán Marc Caellas. No lo leí, más allá de los sugerentes fragmentos que pueden encontrarse en la web, pero el mismo Caellas me contó un poco de qué se trata. La dictadura del civismo, la prédica del buen ciudadano que no se queja ni confronta, la diferencia entendida como problema estético o capricho… El juego de palabras del título, por otra parte, es elocuente. Conozco Melusina, el sello que lo editó, por dos libros, uno sobre las últimas protestas en París, y una novela con forma de diario que cuenta el fracaso de una comunidad de anarco-socialista en el Brasil. Ahora Caellas tiene en cartel una obra sobre textos de Foster Wallace, acá en Buenos Aires, en la fundación TEM, usando a escritores como actores. Cuando le pregunté si su libro se conseguía en Buenos Aires, me dijo que todavía no. Hablamos bastante de Barcelona, esa ciudad que el alto capital, el turismo de la beca Erasmus y los mismos catalanes convirtieron en una especie de Disney Gótico. “Una ciudad para ir un fin de semana” le dije a Caellas. Siempre voy a preferir el Madrid de los toros, los mozos franquistas y el jamón crudo.

Ahora bien, en la tapa del libro de Caellas está Copito de nieve, el único gorila albino que vivió en cautiverio. La primera vez que visité Barcelona con mi padre, lo fuimos a ver. Yo tenía diez años. Estábamos en Paris, era invierno y hacía muchísimo frío. Mi padre era fanático de caminar, sacar fotos y le gustaban mucho los museos y los zoológicos. Una noche de invierno compramos pan y queso en bolsas de papel y coca-cola en botellas de vidrio y tomamos un tren que cruzó los Pirineos. Cuando se hizo de noche, nos dormimos y todavía recuerdo el ruido que hacían las botellas vacías chocando abajo de nuestros asientos.

De esa visita a Barcelona me quedaron imágenes de la rambla y una escena pintoresca del día que conocí a Copito de Nieve. Copito era un gorila feo y blanco. Parecía un jubilado serio con la cara rosada. Me acuerdo que entramos en un salón gris, como una cámara gessell. Había un vidrio enorme y del otro lado, una escenografía pálida, casi beckettiana, un arbolito y una goma colgando del techo. El gorila estaba a un costado sentado sobre zanahorias a medio comer y manzanas podridas. Había poca gente. Un par de turistas rubios, nosotros, nadie más. En un momento, no sé por qué, Copito se enojó y empezó a tirar desperdicios contra el vidrio. El vidrio se iba ensuciando y entonces el público, excitado por la agresión, se corría para seguir los movimientos del gorila. El espectáculo fue tan impresionante que hoy, veinticinco años después, cierro los ojos y es como si lo estuviera viendo. “¿Por qué está bravo el mono?” le preguntaba un nenito de marcado acento castizo a la madre. Mientras tanto Copito seguía salpicando el vidrio y mi padre sacaba fotos con una tranquilidad casi irresponsable. “¿Por qué está bravo el mono, mamá?” El sonido de los impactos era sordo y opaco, como si alguien golpeara una puerta con un martillo de goma. Mi padre me miró, sonrió y me dijo, a mí, no al niño castellano, “el mono está bravo porque la mierda choca contra el vidrio”.

¿Podría pensarse una obra a partir de este momento? Imagino un actor disfrazado de Copito con una máscara precaria y un disfraz gastado, empezando un monólogo sobre su condición de único gorila albino en cautiverio. Podría hablar de las cosas buenas –las despiojadas y las zanahorias–, las cosas malas –los turistas–, y toda la dimensión existencial de estar encerrado, de ser diferente, de ser albino. Podría leer incluso alguna de las miles de cartas que llegaron durante años al zoo de Barcelona pidiendo su clonación. “Querido Copito, te escribo porque quiero que seas eterno…” Y después se me ocurre que un guardia le puede cortar el monólogo para decirle que Barcelona está siendo arrasada por la codicia del mundo, por una estampida de zombies, por la derecha y su alianza con la banca internacional. Sería una obra muy simple. El guardia de seguridad sería joven, podría tener un skate abajo del brazo y aclararle que si todos se van, él también se va, porque al final ese trabajo no le gusta y él quiere ser dj o diseñador gráfico y que a Copito le conviene que él se vaya porque entonces, si él se va, Copito es libre. ¿Libre? Sí, libre. ¿Libre para hacer qué?, podría preguntar. No se me ocurre ahora el final de la obra. Pero me suena tan bien que el gorila estrangule al guardia como que el guardia estrangule al gorila. Copito de nieve murió hace unos años, creo que de cáncer. Fue un día de mucha tristeza para Cataluña, pero eso es algo que no hace falta poner en la obra.


Un fragmento de Carcelona de Marc Caellas

Una reseña de la obra “Entrevistas breves con escritores repulsivos.”

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