lunes, 7 de septiembre de 2009
Del Guaire al Cagalell
UN PICNIC EN EL GUAIRE
Hace unos meses se inauguró un nuevo espacio expositivo, el Hub de Barcelona, con la exposición “Turismo: territorios de ficción”, un acercamiento poliédrico al fenómeno turístico del que Barcelona es uno de sus mayores exponentes. Por aquella época fue portada en La Vanguardia la insólita decisión del Patronato de Turismo de Girona de utilizar una foto de las Seychelles para su campaña de promoción de la Costa Brava y otra de las montañas de Canadá para el Pirineo gerundense. No sería de extrañar que Barcelona fuera pionera en crear el primer folleto turístico con el aviso -en letra pequeña y escondido en una esquina- cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La realidad es que Barcelona es una para sus turistas y otra para sus residentes, quienes a menudo la sienten Carcelona.
Turísticamente, Caracas es la antítesis de Barcelona. Cuando Barcelona vivía de espaldas al mar, Caracas aún era conocida como la sucursal del cielo. Ahora que Barcelona colapsa por exceso de guiris, Caracas ni siquiera sueña con un bus turistic. Caracas asume su barranco de ciudad poco amigable con el visitante ocasional, desconcertado ante una urbe que sólo se salva por arriba, con el majestuoso Ávila, o por abajo, con ese Caribe embriagador. Por la calle del medio tiene al Guaire, un río que se resiste a ser cloaca como los aristócratas se resisten a perder sus privilegios feudales. Mientras Barcelona apenas recuerda que vive entre el Besós y el Llobregat, Caracas tiene en el Guaire una cicatriz que no se olvida ni con el rojo-rojito ni con el whisky dieciocho años. El Guaire sigue ahí, aunque no lo hayan invitado, reclamando su porción de cariño en esa autoproclamada revolución bonita, que se atraganta de ética y descuida la estética. La antítesis de Barcelona, nuevamente.
Amada Granado sabe que la espiritualidad, en Venezuela, está en la naturaleza. Sabe que un pueblo que ensucia su espíritu es un pueblo enfermo. Sabe también que en su país se ha perdido el valor del compromiso. Vamos a limpiar el Guaire, reza la propaganda gubernamental y Amada va y se destaca ahí y lo limpia. Lo limpia con poesía, lo limpia con un toque de humor y con cierta liviandad en la mirada, como pedía el fotógrafo argentino Marcos López, uno de los referentes de la joven creadora, en su célebre Manifiesto de Caracas. Amada pone en imágenes los sueños para su ciudad, su ideal de felicidad para una tarde después del trabajo: un picnic en el Guaire. Un lugar a donde llevar a sus amigos, ya sean de Rumania, de Dinamarca o del barrio de Gràcia. Un espacio para disfrutar de los cielos caraqueños a esa hora en la que el sol se esconde entre las cumbres. Amada ha encontrado en la fotografia la mejor manera de compartir buenos momentos. Sus territorios de ficción quizás no sean turísticos pero son verdaderos porque, como decía Machado, la verdad también se inventa. Los afectos, las afinidades electivas, las utopías compartidas son las que estimulan este proyecto fotográfico que apenas inicia su recorrido. No harán falta fotografías de agencia para ilustrarlo.
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Nos vemos en el Cagalell!
ResponderEliminarIré a verla. Gracias por el dato,
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