miércoles, 4 de enero de 2012

Cuando Carcelona era Barcelona (II)


Pasé el otro día por el Arts Santa Mónica. Me quedé un buen rato viendo la exposición sobre el poeta Cirlot, del que no tenía apenas referencias. Es de las pocas exposiciones sobre escritores que me han gustado. Tendré que leerlo.

Rescato la parte final del texto que Javier Calvo escribió en el Culturas sobre Cirlot (en su blog se puede leer el texto completo). Coincido plenamente con su visión sobre Carcelona.

"A mediados de la década de 2000 regresé a Barcelona de Estados Unidos para encontrarme una ciudad profanada por el turismo, la especulación y la domesticación institucional de la vida cultural. Enseguida vi que necesitaba reformular mi relación como escritor con la ciudad y construirme una colección de ídolos y emblemas que constituyeran las bases de una escritura de batalla. Sacralizar mi pertenencia a Barcelona. En esa misión, Cirlot se convirtió en el centro absoluto de mi panteón. Puede que la obra de Cirlot no explicite a menudo su relación con Barcelona, pero por debajo de su superficie se encuentra la que probablemente sea la psicogeografía más impresionante de mi ciudad. Su atlas telúrico, permanentemente escindido entre un mundo mediterráneo arcaico, de cultos solares y oro sobre el agua, y un mundo de tinieblas, runas y doncellas nórdicas. Dos mundos que Cirlot nunca dejó de sintetizar alquímicamente.

Por primera vez, se dibujó en mi mente una alternativa a la Barcelona literaria diurna: esa ciudad fascinante de Vida privada, de Marsé, Mendoza y Montalbán, de Gil de Biedma y Gimferrer. La Barcelona “oculta” de Cirlot me resultaba más poderosa que la de Palau i Fabre, que la de Miquel de Palol o incluso que la de Perucho, mi otro gran daimon literario barcelonés. Una literatura con potencial de convertirse en liturgia. Algo que ya se ha iniciado con éxito en el homenaje a Cirlot del festival Barcelona Poesía de 2005 o en las Nits de Perucho i Cirlot del Heliogàbal. Y también una obra que vive místicamente entrelazada con el lugar, que decreta el axis mundi, la confluencia sagrada de cielo y tierra, y que convierte en su centro la disolución del sujeto en el misterio y en lo absoluto. Qué mejor antídoto para una ciudad hechizada por el materialismo, por la cultura de tendencias y por la sumisión a la corrección política y a la “buena conducta” orgánica. Cirlot con sus espadas. Con sus conjuros. Con su irreductibilidad infinita."

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